15.8.05
Knowledge III
Capítulo 3
Claro que sí.
- En Tocopilla todo era distinto, partiendo sobre la base de que la vida en departamento es totalmente diferente a lo que es vivir en casa, en un barrio, y con un patio para cada hogar.
Llegamos a mediados de Abril, mi hermano se matriculó en el Colegio Sagrada Familia, y no había vacante para mí en segundo básico, así que no tuve otra opción que ingresar a la Escuela Pública F-6 República de los Estados Unidos de Norteamérica.
Yo nunca supe cual era la diferencia entre un colegio particular y uno fiscal, así que no tuve mayor problema con eso. Claro que el ambiente era completamente distinto a lo que viví en Antofagasta. Quizás estaba más grande, o mis compañeros eran más amigables, pero ya no era la niña tranquila y callada. Todo un ejemplo para los demás. Aunque en algunas clases ? religión por ejemplo ? tenía una actitud intachable por el temor que me provocaba la profesora, la constante era conversar con mis amigas y ser chistosa en ocasiones.
Estudiaba bastante y me preocupaban las notas, tenía un grupo de amigas, y ya comenzaba a conocer gente en el barrio. La vida en solitario a la que estaba acostumbrada hasta esa etapa de mi vida estaba terminando, y el estar todo el día en la calle jugando era un avance mayor.
Mi vecina era también compañera de curso, y como la ciudad era bastante chica, todos vivíamos relativamente cerca. Los fines de semana tenía entrenamiento de basquetball porque todo mi curso estaba ahí, llegaba a mi casa a almorzar, e inmediatamente iba a la playa a pasar la tarde.
Sin embargo la época de apoteosis máxima fue cuando nos cambiamos a una casa mucho más grande, donde realmente todos eran amigos.
La dinámica en ese lugar era despertar temprano en la mañana e ir a la multicancha que estaba en el corazón de la población, esperar a que llegaran los amigos de cada uno, organizar un juego, y simplemente divertirse. Volver a la casa a almorzar, e ir a la cancha y jugar nuevamente.
Para mí, la televisión, un computador, o Internet, no existían.
Por otra parte, todas las casas tenían una especie de pieza o cuarto en el patio. Donde yo instalaba mi oficina, con papeles viejos de mi papá, un teléfono en desuso y unas boletas que le regalaban a mi mamá. Es que para mí no había nada más entretenido que tener papeles y desorden. A veces con las ollas de mi mamá y los tarros de leche armaba una batería y tocaba, también con un cartón e hilo pensé que podía confeccionar una guitarra, o simplemente cantaba canciones de Ricky Martin. Y casi siempre mi hermano llevaba un colchón viejo, y yo tenía que atajar penales porque él practicaba su tiro, hasta que un día, empezamos a pelear y le dije un garabato feo e irreproducible. Él, como buen hermano que es, fue a acusarme inmediatamente, y mi madre me tuvo toda esa mañana sentada en un tarro de leche, en la cocina, mirando como ella preparaba el almuerzo. Eso si que era castigo.
A veces iba a jugar a la casa de una compañera de curso, Camila Medina se llamaba. ? y me acuerdo perfectamente de su nombre porque siempre me pareció curioso que su apellido fuese Medina y que justamente su papá fuese médico ? ella tenía los mejores juguetes y un perro grande y flaco. Asunto que podría afirmar fue el principal causante de mi terror hacia esa especie mamífera. Porque todas las que iban a esa casa sabían que el perro no me agradaba en lo absoluto, y un día se les ocurrió la brillante idea de dejarme encerrada en el patio con él. Yo, más que aterrada, pedía auxilio a toda voz. Pero ellas, riéndose a carcajadas miraban mis expresiones de terror y parecían disfrutar a concho la experiencia. Cuando se dieron cuenta que el chiste no me hacía gracia, me dejaron entrar a la casa. Yo no me enojé ni mucho menos, pero fue realmente terrible.
Y así eran los días. En el colegio las festividades y celebraciones eran pan de cada día. Existía lo que ellos llamaban colonias, que consistía en elegir un país y recrear todo lo característico de este (comidas, baile, costumbres, vestimenta). Era todo un acontecimiento. A mi curso le tocó Italia, y al año siguiente Grecia.
En ambas ocasiones mi compañero de baile no asistía al día de la presentación, por ende me tocaba bailar sola o con alguna compañera que sobrara. Pero que le iba a hacer, la vida se empeñaba en darme la espalda.
Era el evento del año, junto con las presentaciones de twist, rockanroll o distintos tipos de bailes. Yo, obviamente participaba en todos. ¿Canapé, piérdete una, pinturita? Sí, y a mucha honra.
El trabajo de mi papá estaba casi asegurado, tanto así que mi mamá no trabajaba. Yo vivía feliz de la vida y pensaba quedarme allá por siempre.
Es que Tocopilla era la ciudad ideal para una niña de 8 años. Viviendo frente a la playa, con amigos hasta por los codos, sin días de frío o lluvia. La vida allá eran unas vacaciones interminables.
En el verano mis tíos y primos de los Gajardo León II iban a visitarnos, y se quedaban todo Enero y Febrero. Lo pasábamos increíble.
La ciudad estaba hecha para nosotros. No recuerdo haber viajado en micro, y sólo había un recorrido de locomoción colectiva.
El centro era pequeñísimo, y rara vez se escuchaban noticias de asaltos o accidentes. Todo era muy tranquilo.
Siempre pensaba que Tocopilla no aparecía en el mapa. Era demasiado chico, y al parecer no tenía ninguna gracia, razón por la que mi madre siempre regañaba. Y es como dije anteriormente a ella nunca le ha gustado el norte, y pese a tener amigas y una vida familiar excelente siempre pensaba en volver a Concepción.
Yo, por supuesto, era último que quería porque aunque tenía recién 8 años, estaba aburrida y agotada de cambiarme de ciudad o de barrio. Me costaba acostumbrarme a las cosas nuevas, y hasta el día de hoy, odio los cambios.
Mis papás tenían una familia amiga, que era casi idéntica a nosotros. Con ellos hacíamos todo juntos. Hasta un viaje a Pica por unos días, donde viajando casi todo un día recorrimos todo el Norte.
Eso era otro de los puntos positivos que tenía el estar allá. Muchos fines de semana los pasamos viajando a distintos lugares.
Un fin de semana fuimos a Iquique, nos quedamos en el mejor hotel de la ciudad, y pasamos todo el día comprando cosas inservibles en la Zofri, Y yo, la muy inteligente, me perdía siempre. Es que los locales eran extraños. Tenían dos puertas de salida y casi tres de entrada, entonces yo salía por una, ellos por otra, y mi única opción era largarme a llorar esperando que algún buen guardia encontrara a mis tutores. Pese a eso, me encantaba ir, y aumentar mi colección de Goris.. Yo siempre había soñado con tener un mono como mascota, pero como mi papá me explicaba era imposible porque la ley no lo permitía. En realidad nunca lo entendí. No me cabía en la cabeza como la justicia no dejaba tener un animal tan tierno e indefenso como mascota, y sí permitía a los perros y gatos que si podían hacer daño.
Todo empezó con Gori, que era un mono bebe. Después me compraron la mamá Gori, que era también un mono, pero yo siempre le encontraba rasgos femeninos y sentía que Gori bebe necesitaba una madre. Gori padre era aún más grande y los tres eran una familia muy feliz, claro que Gori bebe era mi preferido e iba a todos lados con él.
Siempre tuve una relación muy estrecha con mis peluches, aunque nunca pude dormir con ellos porque lo encontraba demasiado incómodo. Pero sí gastaba todo el shampoo de la casa en lavarlos, especialmente a la Corlotina. Con ella conversaba, porque la sentía de mi edad y más cercana. No como con los Goris. A ellos los protegía, con la corlotina copuchaba.
Era Octubre del año 1996, y mi madre decide volver a Talcahuano. Tenía unos problemas con el trabajo, porque si seguía pidiendo permisos sin goce de sueldo la iban a echar, entonces los años que llevaba no contarían para la jubilación.
Yo no quería volver, no quería dejar a mis amigos y a toda la vida que llevaba allá. Nunca imaginé como era la vida acá porque no tenía muchos recuerdos de mi niñez..
Me acuerdo que la última vez que fui a la playa la aproveché a concho, porque mi madre me había dicho que eso era lo único que en Talcahuano no iba poder hacer.
Y nos vinimos, dejando una alta deuda en el negocio de la esquina de mi casa, donde yo todos los días pasaba a fiar chocolates camino al colegio.
Supongo que la señora Vinka todavía se acuerda de mí, no por lo simpática, sino por lo cara dura.
- En Tocopilla todo era distinto, partiendo sobre la base de que la vida en departamento es totalmente diferente a lo que es vivir en casa, en un barrio, y con un patio para cada hogar.
Llegamos a mediados de Abril, mi hermano se matriculó en el Colegio Sagrada Familia, y no había vacante para mí en segundo básico, así que no tuve otra opción que ingresar a la Escuela Pública F-6 República de los Estados Unidos de Norteamérica.
Yo nunca supe cual era la diferencia entre un colegio particular y uno fiscal, así que no tuve mayor problema con eso. Claro que el ambiente era completamente distinto a lo que viví en Antofagasta. Quizás estaba más grande, o mis compañeros eran más amigables, pero ya no era la niña tranquila y callada. Todo un ejemplo para los demás. Aunque en algunas clases ? religión por ejemplo ? tenía una actitud intachable por el temor que me provocaba la profesora, la constante era conversar con mis amigas y ser chistosa en ocasiones.
Estudiaba bastante y me preocupaban las notas, tenía un grupo de amigas, y ya comenzaba a conocer gente en el barrio. La vida en solitario a la que estaba acostumbrada hasta esa etapa de mi vida estaba terminando, y el estar todo el día en la calle jugando era un avance mayor.
Mi vecina era también compañera de curso, y como la ciudad era bastante chica, todos vivíamos relativamente cerca. Los fines de semana tenía entrenamiento de basquetball porque todo mi curso estaba ahí, llegaba a mi casa a almorzar, e inmediatamente iba a la playa a pasar la tarde.
Sin embargo la época de apoteosis máxima fue cuando nos cambiamos a una casa mucho más grande, donde realmente todos eran amigos.
La dinámica en ese lugar era despertar temprano en la mañana e ir a la multicancha que estaba en el corazón de la población, esperar a que llegaran los amigos de cada uno, organizar un juego, y simplemente divertirse. Volver a la casa a almorzar, e ir a la cancha y jugar nuevamente.
Para mí, la televisión, un computador, o Internet, no existían.
Por otra parte, todas las casas tenían una especie de pieza o cuarto en el patio. Donde yo instalaba mi oficina, con papeles viejos de mi papá, un teléfono en desuso y unas boletas que le regalaban a mi mamá. Es que para mí no había nada más entretenido que tener papeles y desorden. A veces con las ollas de mi mamá y los tarros de leche armaba una batería y tocaba, también con un cartón e hilo pensé que podía confeccionar una guitarra, o simplemente cantaba canciones de Ricky Martin. Y casi siempre mi hermano llevaba un colchón viejo, y yo tenía que atajar penales porque él practicaba su tiro, hasta que un día, empezamos a pelear y le dije un garabato feo e irreproducible. Él, como buen hermano que es, fue a acusarme inmediatamente, y mi madre me tuvo toda esa mañana sentada en un tarro de leche, en la cocina, mirando como ella preparaba el almuerzo. Eso si que era castigo.
A veces iba a jugar a la casa de una compañera de curso, Camila Medina se llamaba. ? y me acuerdo perfectamente de su nombre porque siempre me pareció curioso que su apellido fuese Medina y que justamente su papá fuese médico ? ella tenía los mejores juguetes y un perro grande y flaco. Asunto que podría afirmar fue el principal causante de mi terror hacia esa especie mamífera. Porque todas las que iban a esa casa sabían que el perro no me agradaba en lo absoluto, y un día se les ocurrió la brillante idea de dejarme encerrada en el patio con él. Yo, más que aterrada, pedía auxilio a toda voz. Pero ellas, riéndose a carcajadas miraban mis expresiones de terror y parecían disfrutar a concho la experiencia. Cuando se dieron cuenta que el chiste no me hacía gracia, me dejaron entrar a la casa. Yo no me enojé ni mucho menos, pero fue realmente terrible.
Y así eran los días. En el colegio las festividades y celebraciones eran pan de cada día. Existía lo que ellos llamaban colonias, que consistía en elegir un país y recrear todo lo característico de este (comidas, baile, costumbres, vestimenta). Era todo un acontecimiento. A mi curso le tocó Italia, y al año siguiente Grecia.
En ambas ocasiones mi compañero de baile no asistía al día de la presentación, por ende me tocaba bailar sola o con alguna compañera que sobrara. Pero que le iba a hacer, la vida se empeñaba en darme la espalda.
Era el evento del año, junto con las presentaciones de twist, rockanroll o distintos tipos de bailes. Yo, obviamente participaba en todos. ¿Canapé, piérdete una, pinturita? Sí, y a mucha honra.
El trabajo de mi papá estaba casi asegurado, tanto así que mi mamá no trabajaba. Yo vivía feliz de la vida y pensaba quedarme allá por siempre.
Es que Tocopilla era la ciudad ideal para una niña de 8 años. Viviendo frente a la playa, con amigos hasta por los codos, sin días de frío o lluvia. La vida allá eran unas vacaciones interminables.
En el verano mis tíos y primos de los Gajardo León II iban a visitarnos, y se quedaban todo Enero y Febrero. Lo pasábamos increíble.
La ciudad estaba hecha para nosotros. No recuerdo haber viajado en micro, y sólo había un recorrido de locomoción colectiva.
El centro era pequeñísimo, y rara vez se escuchaban noticias de asaltos o accidentes. Todo era muy tranquilo.
Siempre pensaba que Tocopilla no aparecía en el mapa. Era demasiado chico, y al parecer no tenía ninguna gracia, razón por la que mi madre siempre regañaba. Y es como dije anteriormente a ella nunca le ha gustado el norte, y pese a tener amigas y una vida familiar excelente siempre pensaba en volver a Concepción.
Yo, por supuesto, era último que quería porque aunque tenía recién 8 años, estaba aburrida y agotada de cambiarme de ciudad o de barrio. Me costaba acostumbrarme a las cosas nuevas, y hasta el día de hoy, odio los cambios.
Mis papás tenían una familia amiga, que era casi idéntica a nosotros. Con ellos hacíamos todo juntos. Hasta un viaje a Pica por unos días, donde viajando casi todo un día recorrimos todo el Norte.
Eso era otro de los puntos positivos que tenía el estar allá. Muchos fines de semana los pasamos viajando a distintos lugares.
Un fin de semana fuimos a Iquique, nos quedamos en el mejor hotel de la ciudad, y pasamos todo el día comprando cosas inservibles en la Zofri, Y yo, la muy inteligente, me perdía siempre. Es que los locales eran extraños. Tenían dos puertas de salida y casi tres de entrada, entonces yo salía por una, ellos por otra, y mi única opción era largarme a llorar esperando que algún buen guardia encontrara a mis tutores. Pese a eso, me encantaba ir, y aumentar mi colección de Goris.. Yo siempre había soñado con tener un mono como mascota, pero como mi papá me explicaba era imposible porque la ley no lo permitía. En realidad nunca lo entendí. No me cabía en la cabeza como la justicia no dejaba tener un animal tan tierno e indefenso como mascota, y sí permitía a los perros y gatos que si podían hacer daño.
Todo empezó con Gori, que era un mono bebe. Después me compraron la mamá Gori, que era también un mono, pero yo siempre le encontraba rasgos femeninos y sentía que Gori bebe necesitaba una madre. Gori padre era aún más grande y los tres eran una familia muy feliz, claro que Gori bebe era mi preferido e iba a todos lados con él.
Siempre tuve una relación muy estrecha con mis peluches, aunque nunca pude dormir con ellos porque lo encontraba demasiado incómodo. Pero sí gastaba todo el shampoo de la casa en lavarlos, especialmente a la Corlotina. Con ella conversaba, porque la sentía de mi edad y más cercana. No como con los Goris. A ellos los protegía, con la corlotina copuchaba.
Era Octubre del año 1996, y mi madre decide volver a Talcahuano. Tenía unos problemas con el trabajo, porque si seguía pidiendo permisos sin goce de sueldo la iban a echar, entonces los años que llevaba no contarían para la jubilación.
Yo no quería volver, no quería dejar a mis amigos y a toda la vida que llevaba allá. Nunca imaginé como era la vida acá porque no tenía muchos recuerdos de mi niñez..
Me acuerdo que la última vez que fui a la playa la aproveché a concho, porque mi madre me había dicho que eso era lo único que en Talcahuano no iba poder hacer.
Y nos vinimos, dejando una alta deuda en el negocio de la esquina de mi casa, donde yo todos los días pasaba a fiar chocolates camino al colegio.
Supongo que la señora Vinka todavía se acuerda de mí, no por lo simpática, sino por lo cara dura.