17.8.05
Knowledge IV
Capítulo IV
Mirando de lado.
- De vuelta en la ciudad de los días nublados, los sweaters y pantalones de cotelé, nos vimos obligados a vivir los primeros meses en casa de los Gajardo León II.
Mi padre desde Tocopilla había comprado una casa, y la había arrendado a otra gente para que ésta no quedara en malas condiciones para cuando nosotros volviésemos. Así que mientras eso sucedía yo era matriculada en el Colegio Villa Independencia, ya que fue el único que aceptó a una Tocopillana dos meses antes de terminar el año escolar.
Mi presencia en ese colegio nunca le gustó a nadie, menos a mí. Llegué con unas notas que nadie lo podía creer, y es que tener promedio general 6.9 en Tercero Básico era para ellos una utopía. Fue ahí donde me saqué mis primeros 5.8 o 5.5, notas que para mí eran una verdadera humillación. Finalmente termino el año sacando el primer lugar del curso (gracias a todo lo obtenido en mi querida F-6) y de paso le quito el premio a una compañera cuyo padre le había prometido un computador personal si obtenía mi lugar. Lamentablemente Tocopilla le ganó a Talcahuano.
Viviendo en comunidad nuevamente con mis primos y tíos, estos me enseñan algunos modales que había perdido en mis andanzas por el norte.
Recuerdo, por ejemplo, que durante varios días me obligaban a repetir la palabra chancho, que aparentemente yo pronunciaba shansho. Para mi no existía diferencia alguna, es más, encontraba curioso que se rieran cuando yo decía chauchera o Chile. Por otra parte me molestaban por mi vestimenta. Es que claro, yo no soltaba el buzo ni la zapatilla porque en Tocopilla no se podía jugar con falda, y realmente no importaba si la ropa era linda o fea, tenía que ser resistente a los porrazos y listo. Sin embargo, acá en la ciudad, todo parecía ser distinto.
Me costaba acostumbrarme, era aburrido ver televisión todo el día, y el estar obligada a estudiar para el colegio era algo casi insoportable.
Además era raro, o más bien incómodo, tener tantos familiares y gente que me decía que me conocía desde chica y yo creía nunca haber visto en mi vida.
Comidas y juntas con personas que para mí eran absolutos extraños, pero que estaba obligada a ir porque como mi madre decía: son tus tíos, ¡como no los vas a conocer!
Poco a poco me fui integrando, hasta que comencé a tener confianza con varios de los hermanos de mi mamá. Tanta confianza que para una Navidad, tía Maigo me regala un vestido, yo sinceramente le digo que no me gusta para nada, que es horrible y que nunca me lo voy a poner. Todos se alarmaron y empezaron a comentar lo maleducada que era al responderle de esa forma y delante de todos. Lamentablemente esa noche no pude comer de los chocolates que le repartieron a todos los niños, y ese vestido no lo he vuelto a ver.
Al parecer había aprendido toda la ciencia de la ch y el acento nortino se me estaba quitando, sin embargo, en lo que a ropa y estilo se refiere, estaba a años luz de mis primas o compañeras.
Odiaba como se vestían, como se pintaban, como comentaban la manera de vestir de la otra, y simplemente que se preocuparan tanto de eso.
Pero mi madre en un intento de iniciarme en el mundo de la moda, insiste en ofrecerme todo el dinero del mundo para gastarlo en cualquier tipo de prenda, y es en esta parte de mi vida donde aparece la cruda y horrible imagen de la vendedora. Es que para ella no existe otra manera de comprar que no sea con la amable ayudante a su lado, pero para mí no hay nada más asfixiante que su sola presencia. Y es que siempre me ha costado decir que no, especialmente a un extraño a quien la negación a una venta le cuesta su sueldo. Por lo que tuve que fingir que todo me encantaba, que era bello y hermoso, y obviamente al llegar a mi casa revelaría mi verdadera opinión
En ese entonces debía haber sido un gran problema para mi madre, ya que todas mis primas eran unas barbies de tomo y lomo y yo, fan número uno del Coca Mendoza desentonaba un poco.
Aún así era bien recibida, y mantenía muy buenas relaciones con todas. Sin embargo insistía en los juegos autistas. Ellas tenían clases por la mañana, y yo en la tarde. Así que despertaba temprano, e iba a jugar al patio.
Demoré casi un mes en armar un auto. Sí, un auto. Con intermitente, patente, limpia brisas, volante, etc. Al parecer tenía una pequeña fijación con lo que era ser taxista, porque disfrutaba imitando el recibir gente y que me pagaran por llevarlas a algún lado.
Finalmente en el verano del 97? nos cambiamos a nuestra casa, me matriculan en el Colegio Arturo Prat, y lo de Talcahuano parece ser definitivo.
- De vuelta en la ciudad de los días nublados, los sweaters y pantalones de cotelé, nos vimos obligados a vivir los primeros meses en casa de los Gajardo León II.
Mi padre desde Tocopilla había comprado una casa, y la había arrendado a otra gente para que ésta no quedara en malas condiciones para cuando nosotros volviésemos. Así que mientras eso sucedía yo era matriculada en el Colegio Villa Independencia, ya que fue el único que aceptó a una Tocopillana dos meses antes de terminar el año escolar.
Mi presencia en ese colegio nunca le gustó a nadie, menos a mí. Llegué con unas notas que nadie lo podía creer, y es que tener promedio general 6.9 en Tercero Básico era para ellos una utopía. Fue ahí donde me saqué mis primeros 5.8 o 5.5, notas que para mí eran una verdadera humillación. Finalmente termino el año sacando el primer lugar del curso (gracias a todo lo obtenido en mi querida F-6) y de paso le quito el premio a una compañera cuyo padre le había prometido un computador personal si obtenía mi lugar. Lamentablemente Tocopilla le ganó a Talcahuano.
Viviendo en comunidad nuevamente con mis primos y tíos, estos me enseñan algunos modales que había perdido en mis andanzas por el norte.
Recuerdo, por ejemplo, que durante varios días me obligaban a repetir la palabra chancho, que aparentemente yo pronunciaba shansho. Para mi no existía diferencia alguna, es más, encontraba curioso que se rieran cuando yo decía chauchera o Chile. Por otra parte me molestaban por mi vestimenta. Es que claro, yo no soltaba el buzo ni la zapatilla porque en Tocopilla no se podía jugar con falda, y realmente no importaba si la ropa era linda o fea, tenía que ser resistente a los porrazos y listo. Sin embargo, acá en la ciudad, todo parecía ser distinto.
Me costaba acostumbrarme, era aburrido ver televisión todo el día, y el estar obligada a estudiar para el colegio era algo casi insoportable.
Además era raro, o más bien incómodo, tener tantos familiares y gente que me decía que me conocía desde chica y yo creía nunca haber visto en mi vida.
Comidas y juntas con personas que para mí eran absolutos extraños, pero que estaba obligada a ir porque como mi madre decía: son tus tíos, ¡como no los vas a conocer!
Poco a poco me fui integrando, hasta que comencé a tener confianza con varios de los hermanos de mi mamá. Tanta confianza que para una Navidad, tía Maigo me regala un vestido, yo sinceramente le digo que no me gusta para nada, que es horrible y que nunca me lo voy a poner. Todos se alarmaron y empezaron a comentar lo maleducada que era al responderle de esa forma y delante de todos. Lamentablemente esa noche no pude comer de los chocolates que le repartieron a todos los niños, y ese vestido no lo he vuelto a ver.
Al parecer había aprendido toda la ciencia de la ch y el acento nortino se me estaba quitando, sin embargo, en lo que a ropa y estilo se refiere, estaba a años luz de mis primas o compañeras.
Odiaba como se vestían, como se pintaban, como comentaban la manera de vestir de la otra, y simplemente que se preocuparan tanto de eso.
Pero mi madre en un intento de iniciarme en el mundo de la moda, insiste en ofrecerme todo el dinero del mundo para gastarlo en cualquier tipo de prenda, y es en esta parte de mi vida donde aparece la cruda y horrible imagen de la vendedora. Es que para ella no existe otra manera de comprar que no sea con la amable ayudante a su lado, pero para mí no hay nada más asfixiante que su sola presencia. Y es que siempre me ha costado decir que no, especialmente a un extraño a quien la negación a una venta le cuesta su sueldo. Por lo que tuve que fingir que todo me encantaba, que era bello y hermoso, y obviamente al llegar a mi casa revelaría mi verdadera opinión
En ese entonces debía haber sido un gran problema para mi madre, ya que todas mis primas eran unas barbies de tomo y lomo y yo, fan número uno del Coca Mendoza desentonaba un poco.
Aún así era bien recibida, y mantenía muy buenas relaciones con todas. Sin embargo insistía en los juegos autistas. Ellas tenían clases por la mañana, y yo en la tarde. Así que despertaba temprano, e iba a jugar al patio.
Demoré casi un mes en armar un auto. Sí, un auto. Con intermitente, patente, limpia brisas, volante, etc. Al parecer tenía una pequeña fijación con lo que era ser taxista, porque disfrutaba imitando el recibir gente y que me pagaran por llevarlas a algún lado.
Finalmente en el verano del 97? nos cambiamos a nuestra casa, me matriculan en el Colegio Arturo Prat, y lo de Talcahuano parece ser definitivo.