23.8.05
Knowledge V
Capítulo V
Siervo sin tierra
Casa nueva, colegio nuevo, ciudad nueva. Era casi como comenzar de cero.
Mi papá seguía trabajando en Tocopilla, y nos contaba como seguía la vida allá. Realmente no me acuerdo si me daban o no ganas de volver, pero si que encontraba a ratos increíblemente aburrida la vida acá. Por lo mismo nunca dejé de inventar juegos. Como secretaria, doctor, taxista, peluquera, manager, cantante etc. No entendía como mi hermano o mi mamá perdían tanto tiempo de sus vidas durmiendo, cuando con sólo un poco de imaginación podían pasar tardes enteras de diversión asegurada.
Con una bicicleta de los Power Rangers, que me regalaron para una Navidad en Tocopilla, salía a recorrer las calles del barrio ?que en mi opinión era lo mejor de Talcahuano-. La mayoría eran pavimentadas, por ende, la bicicleta andaba como avión.
En cuanto a lo escolar, llegar como alumna nueva al colegio fue quizás lo más difícil. No porque pensara que me iba a ir mal ya que venía de una escuela pública en una ciudad que no aparece en el mapa, sino que me costaba relacionarme con gente desconocida. Era más bien tímida y por la experiencia que me había tocado vivir en el Villa Independencia tenia la impresión que acá la gente era fría, fome, y seria.
Por suerte me equivoqué, y pese a perderme en el patio el primer día de clases, fui amiga de una niña que también era nueva y a los dos días ya era parte del grupo que jugaba en el monte a lo lejos.
No obstante, las cosas no se dieron tan fácil. La peor parte fue viajar en los buses del colegio. Durante todo el primer mes, mi madre, mujer de buen corazón y comprensiva, me acompañó en las mañanas de ida, y en la tarde de regreso. Es que yo no sabía como saber donde estaba mi casa, nunca había andado en micro, y había tantas personas en el bus que pensaba podía pasar lo peor. Hasta que un día tuve que cortar alas, armarme de valor, y viajar sola. Lamentablemente pasó lo que tenía que pasar. Al chofer se le ocurre la brillante idea de hacer un cambio en el recorrido, cuando ya no queda nadie en el bus me pregunta donde me bajo, yo, obviamente, no tenía idea.
Situaciones como esa se repitieron en innumerables ocasiones, pero que podía hacer, la vida se empeñaba en darme la espalda nuevamente.
Cuarto básico fue la etapa de prueba, y paradójicamente el peor año en lo que a condiciones climáticas se refiere.
Nuestra casa estaba ubicada frente a una especie de río, científicamente conocido como canal. Éste, como me han explicado, viene del río Bío-Bío y desemboca en el mar. Obviamente, y por un asunto natural, cuando sube la marea a causa del mal tiempo, sube también el caudal del canal en cuestión. Asunto que para mí era absolutamente fatal.
Me habían contado varias veces en el colegio que hace algunos años, y a causa de una fuerte lluvia, aquel canal se había desbordado y todas las casas que estaban alrededor-como la mía- se habían inundado completamente.
Y claro, era 1997, el año del invierno más crudo, y lo peor tenía que pasar.
Es casi inexplicable el sufrimiento que me causaba ver la lluvia caer tan fuerte, escuchar los truenos y pensar que nunca iba a terminar. Lloraba desconsoladamente y nadie parecía entenderme. Es que no era solamente el hecho de no saber lo que era la lluvia, o no acordarme, sino que simplemente mirar que algunos árboles se caían y que algo le podía pasar a mi madre que volvía de noche de su trabajo. Pensar que a causa de la lluvia podría quedar sin mamá y hermano y que si el canal se desbordaba también quedaría sin casa.
Todos se reían de mí, pero importaba. Era yo contra la lluvia. Hasta que un día mi papá me lleva ? engañada obviamente- al lugar donde termina el canal, y me explica que es imposible que se desborde teniendo todo ese espacio para desembocar. Me comentaba también que la lluvia es normal, que la gente acá está acostumbrada y que es completamente normal.
Y con eso bastó para tranquilizarme y no preocuparme por un fenómeno completamente natural. El mundo no se estaba acabando, de eso podía estar segura.
Casa nueva, colegio nuevo, ciudad nueva. Era casi como comenzar de cero.
Mi papá seguía trabajando en Tocopilla, y nos contaba como seguía la vida allá. Realmente no me acuerdo si me daban o no ganas de volver, pero si que encontraba a ratos increíblemente aburrida la vida acá. Por lo mismo nunca dejé de inventar juegos. Como secretaria, doctor, taxista, peluquera, manager, cantante etc. No entendía como mi hermano o mi mamá perdían tanto tiempo de sus vidas durmiendo, cuando con sólo un poco de imaginación podían pasar tardes enteras de diversión asegurada.
Con una bicicleta de los Power Rangers, que me regalaron para una Navidad en Tocopilla, salía a recorrer las calles del barrio ?que en mi opinión era lo mejor de Talcahuano-. La mayoría eran pavimentadas, por ende, la bicicleta andaba como avión.
En cuanto a lo escolar, llegar como alumna nueva al colegio fue quizás lo más difícil. No porque pensara que me iba a ir mal ya que venía de una escuela pública en una ciudad que no aparece en el mapa, sino que me costaba relacionarme con gente desconocida. Era más bien tímida y por la experiencia que me había tocado vivir en el Villa Independencia tenia la impresión que acá la gente era fría, fome, y seria.
Por suerte me equivoqué, y pese a perderme en el patio el primer día de clases, fui amiga de una niña que también era nueva y a los dos días ya era parte del grupo que jugaba en el monte a lo lejos.
No obstante, las cosas no se dieron tan fácil. La peor parte fue viajar en los buses del colegio. Durante todo el primer mes, mi madre, mujer de buen corazón y comprensiva, me acompañó en las mañanas de ida, y en la tarde de regreso. Es que yo no sabía como saber donde estaba mi casa, nunca había andado en micro, y había tantas personas en el bus que pensaba podía pasar lo peor. Hasta que un día tuve que cortar alas, armarme de valor, y viajar sola. Lamentablemente pasó lo que tenía que pasar. Al chofer se le ocurre la brillante idea de hacer un cambio en el recorrido, cuando ya no queda nadie en el bus me pregunta donde me bajo, yo, obviamente, no tenía idea.
Situaciones como esa se repitieron en innumerables ocasiones, pero que podía hacer, la vida se empeñaba en darme la espalda nuevamente.
Cuarto básico fue la etapa de prueba, y paradójicamente el peor año en lo que a condiciones climáticas se refiere.
Nuestra casa estaba ubicada frente a una especie de río, científicamente conocido como canal. Éste, como me han explicado, viene del río Bío-Bío y desemboca en el mar. Obviamente, y por un asunto natural, cuando sube la marea a causa del mal tiempo, sube también el caudal del canal en cuestión. Asunto que para mí era absolutamente fatal.
Me habían contado varias veces en el colegio que hace algunos años, y a causa de una fuerte lluvia, aquel canal se había desbordado y todas las casas que estaban alrededor-como la mía- se habían inundado completamente.
Y claro, era 1997, el año del invierno más crudo, y lo peor tenía que pasar.
Es casi inexplicable el sufrimiento que me causaba ver la lluvia caer tan fuerte, escuchar los truenos y pensar que nunca iba a terminar. Lloraba desconsoladamente y nadie parecía entenderme. Es que no era solamente el hecho de no saber lo que era la lluvia, o no acordarme, sino que simplemente mirar que algunos árboles se caían y que algo le podía pasar a mi madre que volvía de noche de su trabajo. Pensar que a causa de la lluvia podría quedar sin mamá y hermano y que si el canal se desbordaba también quedaría sin casa.
Todos se reían de mí, pero importaba. Era yo contra la lluvia. Hasta que un día mi papá me lleva ? engañada obviamente- al lugar donde termina el canal, y me explica que es imposible que se desborde teniendo todo ese espacio para desembocar. Me comentaba también que la lluvia es normal, que la gente acá está acostumbrada y que es completamente normal.
Y con eso bastó para tranquilizarme y no preocuparme por un fenómeno completamente natural. El mundo no se estaba acabando, de eso podía estar segura.