25.8.05

Knowledge VI

Capítulo VI

Todos están locos.

Quinto, sexto, séptimo, y octavo básico, fueron años prácticamente iguales. Monótonos, y particularmente aburridos, por lo que creo y pienso no tienen ninguna importancia en mi vida actual.
Mi única preocupación era ver cuando salía a la venta el último disco de los Backstreet Boys, y pelear con mis compañeras para ver cual de los cinco integrantes era el más guapo.
Época muy pop, muy coreográfica, muy de cánticos y una empedernida pero frustrada coleccionista de álbumes. De esas que gastan todo el dinero habido y por haber en los benditos sobres de láminas, pero que se desmotivan a mitad de camino sin obtener ni siquiera un premio al esfuerzo.
En lo escolar la competencia era por entrar a un grupo y quedarse en él. Ojala éste sumase un número par, para que nadie quedara fuera al momento de juntarse para hacer alguna tarea o trabajo, asunto que podrucía algunos quiebres ya que siempre había alguien que de alguna u otra manera sobraba. Así de cruda era la realidad cuando cada vez se veía más cerca el año 2000. Fecha que para mí, y esto tengo que decirlo aunque me duela, me desilusionó bastante.
Es que si he crecido toda mi vida viendo Los Supersonicos, soñando con las casas flotantes y la tele transportación, esperaba un gran acontecimiento, por lo que me parecía una verdadera aberración entrar al siglo XXI con lo mismo que había visto toda mi vida. Mi nana no era un robot, la gente no tenía turbinas en los zapatos, los autos no se estacionaban en las nubes, etc. Y me preguntaba, si no es ahora, ¿Cuándo? Me era imposible estar viva para el nuevo cambio de milenio y menos de siglo, por lo que podía asegurar que ya no quedaba nada por hacer. No conocía la idea de los avances paulatinos y a largo plazo. Para mí todo tenía una fecha, un plazo. Y eso se asemeja en gran medida a la otra gran desilusión que tuve en mi vida, cuando cumplí diez años.
Y es que cuando era más pequeña, veía a toda la gente tan enorme -sobre a todo a los que superaban los 10- entonces yo, niña ingenua, provinciana, tontita a ratos y algo ?volada? creía que el día de mi cumpleaños iba a crecer una enormidad y, prácticamente, de un día para otro, sería toda una mujer. Es que si vamos a cambiar, cambiemos de verdad.
Recuerdo que fue en esa época cuando comencé a encontrarle el sentido a tanta junta familiar, con los León obviamente. Tenían un humor diferente, tenían historias entretenidas y aunque insistían en molestarme por cualquier actitud mía, creía y creo que son personas a las que vale la pena conocer.
Las vacaciones consistían en ir dos semanas a una parcela que tío Juan -hermano de mi mamá- tiene camino a Santa Juana. Ahí, con los Gajardo León II lo pasábamos de lujo.
La mayoría de mis cumpleaños los celebré allá, junto con mi divertida pero entretenida prima María Ignacia. Invitábamos a todos los primos, y obviamente rodeada de árboles, animales, y una refrescante piscina no se podía pasar mejor.
Lo malo venía cuando le tocaba a mi hermano celebrar el suyo. Él, futbolista de corazón, le regalaban cada 26 de Agosto un balón de fútbol de ensueño, y yo, que algo disfrutaba el balompié, lo bautizaba de una manera muy original: lanzándolo, obviamente sin quererlo, al canal que se encontraba al frente de mi casa. Recuperarlo, imposible. La culpa, hasta el día de hoy.
Es que mi vida ha estado marcada por pequeños errores que yo, dentro de toda mí ingenuidad, nunca he querido provocar. Quizás se debe a la sobreprotección por parte de mi madre, o simplemente tontera innata.
En el colegio me iba relativamente bien, porque hasta esa fecha el no llevar una tarea, un trabajo o no estudiar para una prueba era realmente un acto suicida.
Le tenía mucho miedo a los profesores, y no porque fuesen desagradables o tenebrosos, sino que para mi cumplir y ser responsable era muy importante. Aunque claro, solamente en el colegio era así, en mi casa yo hacía prácticamente lo que quería. Era una niña buena, responsable, casi educada, me llevaba bien con mi madre, y con mi padre y hermano tenía alguna diferencias, pero nada grande. Sin embargo en el colegio el estrés era permanente. Tanto así que a mediados de Séptimo básico mi madre decide llevarme al médico por mis constantes dolores de cabeza. Tenía cefalea tensional, era muy ansiosa, y tenía que calmarme. Me dio unas pastillas que me ayudaron un poco, pero la real cura llega un día de invierno cuando en medio de la celebración del cumpleaños de mi hermano, miro el reloj, veo las 9 de la noche y corro raudamente a mi pieza a acostarme, ya que ese era mi horario de semana escolar. Me encuentro con mi tío y me pregunta porque tanto apuro. Yo le digo, oh mi dio, estoy atrasada tengo que dormir. Entonces él, con una cara de miedo-pena-extrañeza me dice que estoy mal mal muy mal, que soy una niña chica y me preocupo de cosas sin importancia; que realmente la básica no importa y que si no llevo una tarea no es el fin del mundo, que si la profesora o profesor me retan no importa porque más que eso no me pueden hacer. Y claro, desde aquel día no he vuelto a hacer una tarea. Esos si que son consejos.
Esta fue, quizás, la época apoteósica de los juegos en solitario, aunque claro, una que otra salida en bicicleta con mi amiga personal Jose a quien conocí en su primer día de clases, cuando a mitad de semestre llega desde los suburbios Asuncionisticos y se sienta conmigo en el bus a eso de las 7 de la mañana, pese a este importante acontecimiento que creo nunca olvidaré, debo confesar que no existía para mi un mejor pasatiempo para esas tardes de invierno de Domingo que cantar canciones de El Símbolo con algún atuendo extraño, micrófonos hechos de cables eléctricos y la incondicional compañía de mi prima/amiga mencionada en capítulos anteriores, María Ignacia. Eran nuestros quince minutos de fama, pero en el más absoluto anonimáto.
Siempre me había gustado eso de ser famosa y tener admiradores. Aparecer en los medios de comunicación y ser completamente lúdica. Vestigio de eso es la radio que mi hermano y yo creamos uno de esos años, Brothers Company se llamaba, y era un magazín informativo. Yo programa la música, leía noticias de espectáculo y él encargado de la sección deportes. Pasábamos tardes enteras grabando el programa, y siempre terminábamos peleando por alguna estupidez. Otras veces yo jugaba sola, me entrevistaba a mi misma, y cantaba en vivo. Todo mientras mi madre dormía. Y el estudio o tareas ya habían quedado en el pasado.
Las amistades las encontraba en el colegio, único lugar donde podía compartir con gente de mi edad pero que no fuese familiar mí, y es que la vida de barrio se había quedado en Tocopilla.
Recuerdo que entre los grupos que se formaban en el curso yo siempre estaba como al filo de la cornisa, es decir, entre que me echaban o me iba sola. Sin embargo nunca tuve alguna pelea fuerte con alguien porque tampoco eran temas que me interesaban. Para mí las cosas que hacían o que decían me eran indiferentes. No solía, y tampoco me gustaba, juntarme con ellos los fines de semana o en días de no-colegio, porque para mi esos días de descanso tenían que ser de descanso total, y, debo confesarlo, me estresa estar con más gente, aunque estos sean de mi confianza. Quizás ahora ya más grande necesito estar con mis amigos para entretenerme, pero en esos días, sola lo pasaba mucho mejor.
Nadie me mandaba, nadie me gritaba, el juego lo inventaba y lo jugaba yo. Quizás fobia social, quizás Neo-autismo, pero mi mejor compañía era yo misma.
Probablemente uno siempre es así cuando chico y no se da cuenta. Porque es al momento de crecer cuando ya se depende de los lazos de amistad o fraternidad con personas que en un principio eran desconocidos.


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