16.9.05
Chao
No más Capsula Amarilla, ni la Mentira y como la Dijimos.
Problemas de template, problemas de aprendiz html, problemas detallisticos varios.
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3.9.05
Knowledge IX
Capítulo IX (Último)
Hola Adiós
- Tengo 17 años y 9 meses, fumo casi periódicamente, bebo en ocasiones especiales o cuando simplemente me dan ganas, nunca me he emborrachado y soy cien por ciento virgen.
Confieso que a veces he querido matar a ciertas personas, confieso también que disfruto diciendo mentiras para salvaguardar mi integridad física o simplemente por el hecho de no crear conflicto. He robado por necesidad aunque también por placer, los lápices bic son mi debilidad.
Cuando salgo de la ducha y me visto necesito tener música de fondo acorde con el ánimo del día, tengo una colección de discos entrañables y disfruto escuchando desde Makiza hasta Serge Gainsbourg, pasando por Los Tres, Stereolab, Nirvana, Smashing Pumpkins, Interpol, The Smiths, Camera Obscura, Radio 4, Astrud Gilberto, Beck, Pas/Cal, etc.
Mi programa de televisión preferido es No te lo Pongas, no hay mujeres con más estilo que Trinny y Susanah. Mi película favorita es Perdidos en Tokio, y la razón es simplemente belleza pura. Color favorito creo no tener y comida favorita tampoco. Pinto de todo, como de todo.
He asistido a dos grandes recitales en mi vida. El primero Café Tacuba en el Estadio Regional de Concepción el 2003. Es que por algo son la mejor banda de Latinoamérica.
El segundo, Festival SUE II en Santiago. Octubre del año pasado, Morrisey, Pj Harvey y Mars Volta. Tenía que vivirlo.
Intento tocar guitarra y alucino con tener una banda.
No todo ha sido fácil, no todo ha sido difícil. Pero como en Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos, el pasado está ahí por algo y para algo. Querer borrarlo, querer cambiarlo o simplemente querer remediarlo es gastar energía y tiempo en algo imposible, porque querámoslo o no, siempre vamos a volver a lo mismo.
Mi familia, mis amigos (carnales o virtuales), mis favoritos, forman parte importante de lo que soy ahora. Y si esto se los debo a ellos, se los dedico también.
Todavía falta mucho, y como dice una canción de The Music: take the long road, and walk it.
- Tengo 17 años y 9 meses, fumo casi periódicamente, bebo en ocasiones especiales o cuando simplemente me dan ganas, nunca me he emborrachado y soy cien por ciento virgen.
Confieso que a veces he querido matar a ciertas personas, confieso también que disfruto diciendo mentiras para salvaguardar mi integridad física o simplemente por el hecho de no crear conflicto. He robado por necesidad aunque también por placer, los lápices bic son mi debilidad.
Cuando salgo de la ducha y me visto necesito tener música de fondo acorde con el ánimo del día, tengo una colección de discos entrañables y disfruto escuchando desde Makiza hasta Serge Gainsbourg, pasando por Los Tres, Stereolab, Nirvana, Smashing Pumpkins, Interpol, The Smiths, Camera Obscura, Radio 4, Astrud Gilberto, Beck, Pas/Cal, etc.
Mi programa de televisión preferido es No te lo Pongas, no hay mujeres con más estilo que Trinny y Susanah. Mi película favorita es Perdidos en Tokio, y la razón es simplemente belleza pura. Color favorito creo no tener y comida favorita tampoco. Pinto de todo, como de todo.
He asistido a dos grandes recitales en mi vida. El primero Café Tacuba en el Estadio Regional de Concepción el 2003. Es que por algo son la mejor banda de Latinoamérica.
El segundo, Festival SUE II en Santiago. Octubre del año pasado, Morrisey, Pj Harvey y Mars Volta. Tenía que vivirlo.
Intento tocar guitarra y alucino con tener una banda.
No todo ha sido fácil, no todo ha sido difícil. Pero como en Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos, el pasado está ahí por algo y para algo. Querer borrarlo, querer cambiarlo o simplemente querer remediarlo es gastar energía y tiempo en algo imposible, porque querámoslo o no, siempre vamos a volver a lo mismo.
Mi familia, mis amigos (carnales o virtuales), mis favoritos, forman parte importante de lo que soy ahora. Y si esto se los debo a ellos, se los dedico también.
Todavía falta mucho, y como dice una canción de The Music: take the long road, and walk it.
Porqué Nacion Prozac?, porque era tarde y tenía que entregar el trabajo al otro día. Busqué en Google "autobiographies" y aparece un listado de nombres. Me tincó N.P y listo.
30.8.05
Knowledge VIII
Capítulo VII
Camino y Vereda.
- Jarvis Cocker, vocalista de Pulp, cantaba hace algunos años una canción cuyo pre-coro decía: why live in the world when you can live in your head (¿por qué vivir en el mundo si puedes vivir en tu cabeza?) y OH mi dios que me marcó.
Es que esta etapa de mi vida es así. De volver a vivir como se debe. De madurar las ideas que crecieron en el nirvanismo y de pensar realmente como una joven de 16 o 17 años, no de 13 o 14. Eso es quizás, lo que más agradezco de ser quien soy ? aunque suene demasiado auto referente (pero que más autor referente que una autobiografía), es mirar el corto pasado y ver que he hecho cosas buenas con mi vida. Y aunque suene estúpido, imbécil, infantil y todo los adjetivos peyorativos habidos y por haber, gran parte del cambio se lo debo a un programa de televisión.
Estaba en mi época grunge, esa de guitarreos y de ignorar a todo el mundo. Sin embargo me estaba aburriendo esa monotonía en temas o ideas, empecé a darme cuenta que no todo era tan malo y como decía Morrissey en sus mejores tiempos: there?s a light that never goes out (hay una luz que nunca se apaga). Entonces llega este orejón con una rubia hip-hopera y me vuelan la cabeza. Es como sentir una picazón en el cuerpo, rascarse y rascarse, pero no poder encontrar el lugar exacto de la picazón. Bueno, yo en el verano del 2003 lo encontré.
Para mi verlo todos los días era desconectarme totalmente de la realidad.
Presentaban los temas de actualidad política, económica, espectáculos, etc. de la manera más lúdica posible, sin ser forzado ni burdo.
Eran la clase de personas que yo quería ser en unos años más, no esos que veía en Mekano o Rojo.
Villouta y Urrejola representaban lo que yo quería hacer con mi vida, aunque suene de una sobre valoración tremenda a un programa de televisión, esa era mi realidad, feliz, contenta, tranquila, como para repetirla una y mil veces. Es que como dicen los Belle & Sebastian: you know the world is men for men, not us (tu sabes el mundo está hecho para hombres, no para nosotros). Y yo no tenía problema con eso, porque los lolos de la tele eran parte de los nosotros.
No fue solamente darme cuenta de una televisión o una clase de programas completamente distintos a los que estaba acostumbrada a ver, sino que como dice Liam Gallagher, estaba empezando una revolución desde mi cama.
Por otra parte la música que comencé a escuchar tocaba temáticas mucho más diversas a lo que estaba acostumbrada con el grunge. Estas representaban movimientos y formas de pensar más positivas, optimistas, combinando humor negro con sicoledia, bites con guitarras eléctricas, y una serie de mezclas y experimentaciones que me llevan a tener un grupo de música o estilo preferido al mes.
Tratando de desprejuiciarme cada vez más e interesarme por temas de diversa índole, comienzo a vivir una de las mejores etapas de mi vida.
El único problema es que no podía compartir aquello con alguien. Mis amigas seguían con su vida normal, común y corriente, por lo que el hecho de explicarles todo ese verano era como hacerle a entender a un ciego cual es el color rojo. Y en parte también es por culpa mía, ya que el sólo hecho de hablar de mí implica que el que me esté escuchando esté realmente interesado en lo que estoy diciendo, y pocas veces he sentido eso con alguien.
Lamentablemente un día mientras me preparaba para ir al colegio, revisaba el programa del día anterior y Villouta dice que Carolina Urrejola se va del programa. De inmediato y casi de manera mecánica deja de sonar Perfect Day de Lou Reed, y parte Do you remember the first time de Pulp. (Si no las ha escuchado, se ha perdido la mitad de su vida)
Fue como haber quedado huérfana, guardando las proporciones obviamente. Pero tenía que seguir adelante y ya lo hecho, hecho estaba. Ahora yo me encargaba de lo que viniese, el mapa del piano ? como dicen las Múm ? ya lo tenía.
- Jarvis Cocker, vocalista de Pulp, cantaba hace algunos años una canción cuyo pre-coro decía: why live in the world when you can live in your head (¿por qué vivir en el mundo si puedes vivir en tu cabeza?) y OH mi dios que me marcó.
Es que esta etapa de mi vida es así. De volver a vivir como se debe. De madurar las ideas que crecieron en el nirvanismo y de pensar realmente como una joven de 16 o 17 años, no de 13 o 14. Eso es quizás, lo que más agradezco de ser quien soy ? aunque suene demasiado auto referente (pero que más autor referente que una autobiografía), es mirar el corto pasado y ver que he hecho cosas buenas con mi vida. Y aunque suene estúpido, imbécil, infantil y todo los adjetivos peyorativos habidos y por haber, gran parte del cambio se lo debo a un programa de televisión.
Estaba en mi época grunge, esa de guitarreos y de ignorar a todo el mundo. Sin embargo me estaba aburriendo esa monotonía en temas o ideas, empecé a darme cuenta que no todo era tan malo y como decía Morrissey en sus mejores tiempos: there?s a light that never goes out (hay una luz que nunca se apaga). Entonces llega este orejón con una rubia hip-hopera y me vuelan la cabeza. Es como sentir una picazón en el cuerpo, rascarse y rascarse, pero no poder encontrar el lugar exacto de la picazón. Bueno, yo en el verano del 2003 lo encontré.
Para mi verlo todos los días era desconectarme totalmente de la realidad.
Presentaban los temas de actualidad política, económica, espectáculos, etc. de la manera más lúdica posible, sin ser forzado ni burdo.
Eran la clase de personas que yo quería ser en unos años más, no esos que veía en Mekano o Rojo.
Villouta y Urrejola representaban lo que yo quería hacer con mi vida, aunque suene de una sobre valoración tremenda a un programa de televisión, esa era mi realidad, feliz, contenta, tranquila, como para repetirla una y mil veces. Es que como dicen los Belle & Sebastian: you know the world is men for men, not us (tu sabes el mundo está hecho para hombres, no para nosotros). Y yo no tenía problema con eso, porque los lolos de la tele eran parte de los nosotros.
No fue solamente darme cuenta de una televisión o una clase de programas completamente distintos a los que estaba acostumbrada a ver, sino que como dice Liam Gallagher, estaba empezando una revolución desde mi cama.
Por otra parte la música que comencé a escuchar tocaba temáticas mucho más diversas a lo que estaba acostumbrada con el grunge. Estas representaban movimientos y formas de pensar más positivas, optimistas, combinando humor negro con sicoledia, bites con guitarras eléctricas, y una serie de mezclas y experimentaciones que me llevan a tener un grupo de música o estilo preferido al mes.
Tratando de desprejuiciarme cada vez más e interesarme por temas de diversa índole, comienzo a vivir una de las mejores etapas de mi vida.
El único problema es que no podía compartir aquello con alguien. Mis amigas seguían con su vida normal, común y corriente, por lo que el hecho de explicarles todo ese verano era como hacerle a entender a un ciego cual es el color rojo. Y en parte también es por culpa mía, ya que el sólo hecho de hablar de mí implica que el que me esté escuchando esté realmente interesado en lo que estoy diciendo, y pocas veces he sentido eso con alguien.
Lamentablemente un día mientras me preparaba para ir al colegio, revisaba el programa del día anterior y Villouta dice que Carolina Urrejola se va del programa. De inmediato y casi de manera mecánica deja de sonar Perfect Day de Lou Reed, y parte Do you remember the first time de Pulp. (Si no las ha escuchado, se ha perdido la mitad de su vida)
Fue como haber quedado huérfana, guardando las proporciones obviamente. Pero tenía que seguir adelante y ya lo hecho, hecho estaba. Ahora yo me encargaba de lo que viniese, el mapa del piano ? como dicen las Múm ? ya lo tenía.
27.8.05
Knowledge VII
Capítulo VII
Soy o estoy
- A finales de Octavo básico y principios de primero medio empiezo a darme cuenta y a pensar una serie de cosas que antes ni siquiera imaginaba.
Quizás porque nunca me sentí igual a los demás, o porque tampoco quería serlo. La verdad es que trataba de buscar espacios o maneras de diferenciarme de los demás. No tanto por el hecho de marcar el límite, sino que tenía la necesidad de calzar en alguna parte. Me gustaba creerme y sentirme hija del rigor. Que las cosas para mi no habían sido fáciles y que nadie entendía realmente lo que pensaba. Y en rigor así era.
Obviamente estaba en plena adolescencia y en realidad fueron tiempos de mucho cambio y una manera distinta de ver las cosas.
Yo sabía que tenía que cambiar, porque la manera en la que había guiado mi vida hasta ese momento no parecía ser la mejor. Tiene que ver, en gran medida, con el analizarme internamente y fundamentalmente con el problema de las relaciones interpersonales.
Pensaba mucho, quizás demasiado. Estaba destruyendo y renegaba de todo lo que me había pasado antes sin razón alguna.
Etapa Nirvana le llamo yo, y es que a los 14 años Kurt Cobain era el único que de alguna manera sabía hablar de las cosas que realmente importaban. Importaban en ese momento, claro está.
Entonces, poco a poco, fui yéndome para el lado oscuro de la fuerza, en un sentido muy figurado, obviamente. No estaba contenta conmigo, o con lo que era. No estaba contenta con la gente que me rodeaba y menos en el lugar que vivía. Simplemente escuchaba música, mucha música. Todo el día, a cada instante. Navegaba por Internet buscando bandas nuevas, y trataba de contactar a gente que me pudiese, de cierta manera, influenciar.
Esto, sumado a uno que otro problema sentimental, llevaba el gusto musical a un plano mucho más importante dentro de mi vida, asunto que no ha cambiado hasta ahora.
Lentamente fui cerrándome a las otras corrientes o maneras de pensar. Yo tenía la razón y todos los otros algún día se iban a dar cuenta que así era, y hasta que eso no pasara eran simplemente inservibles y no sabían lo que estaban haciendo.
Obviamente nunca le dije a nadie nada de eso. Yo a simple vista y al acercarme a mis compañeros o amigos era una persona muy amable, simpática, alegre y chistosa. Incluso algunos llegaban a admirarse de mis estados de ánimo tan constantemente altos. (Oh Dios, debí haber sido actriz).
Probablemente era para llamar la atención, pero si no le contaba a nadie lo que me estaba pasando entonces el truco no era muy bueno, o quizás sólo buscaba lugares donde mis ideas fuesen representadas, y el estar en un colegio como en el que estaba en esos años ?y estoy actualmente- donde todos son prácticamente iguales gatilla una especie de ansiedad por conocer experiencias o maneras de vida diferentes.
En lo académico todo relativamente normal. Y las cosas de la vida me llevan a encontrar tres personas dentro del curso con las que he compartido la mayor parte del tiempo estos últimos cuatro años.
Con la pau, la caro y la jose hemos vivido, y naturalmente vivimos, la que todos dicen, es la mejor etapa de nuestras vidas.
Y ya en segundo medio las inquietudes etílicas nos llevan a una serie de experiencias que si las llego a detallar en esta obra podría develar muchos secretos que nadie querría saber de las ?hermanas marambio?.
No todo era tan malo. Todavía teníamos patria.
- A finales de Octavo básico y principios de primero medio empiezo a darme cuenta y a pensar una serie de cosas que antes ni siquiera imaginaba.
Quizás porque nunca me sentí igual a los demás, o porque tampoco quería serlo. La verdad es que trataba de buscar espacios o maneras de diferenciarme de los demás. No tanto por el hecho de marcar el límite, sino que tenía la necesidad de calzar en alguna parte. Me gustaba creerme y sentirme hija del rigor. Que las cosas para mi no habían sido fáciles y que nadie entendía realmente lo que pensaba. Y en rigor así era.
Obviamente estaba en plena adolescencia y en realidad fueron tiempos de mucho cambio y una manera distinta de ver las cosas.
Yo sabía que tenía que cambiar, porque la manera en la que había guiado mi vida hasta ese momento no parecía ser la mejor. Tiene que ver, en gran medida, con el analizarme internamente y fundamentalmente con el problema de las relaciones interpersonales.
Pensaba mucho, quizás demasiado. Estaba destruyendo y renegaba de todo lo que me había pasado antes sin razón alguna.
Etapa Nirvana le llamo yo, y es que a los 14 años Kurt Cobain era el único que de alguna manera sabía hablar de las cosas que realmente importaban. Importaban en ese momento, claro está.
Entonces, poco a poco, fui yéndome para el lado oscuro de la fuerza, en un sentido muy figurado, obviamente. No estaba contenta conmigo, o con lo que era. No estaba contenta con la gente que me rodeaba y menos en el lugar que vivía. Simplemente escuchaba música, mucha música. Todo el día, a cada instante. Navegaba por Internet buscando bandas nuevas, y trataba de contactar a gente que me pudiese, de cierta manera, influenciar.
Esto, sumado a uno que otro problema sentimental, llevaba el gusto musical a un plano mucho más importante dentro de mi vida, asunto que no ha cambiado hasta ahora.
Lentamente fui cerrándome a las otras corrientes o maneras de pensar. Yo tenía la razón y todos los otros algún día se iban a dar cuenta que así era, y hasta que eso no pasara eran simplemente inservibles y no sabían lo que estaban haciendo.
Obviamente nunca le dije a nadie nada de eso. Yo a simple vista y al acercarme a mis compañeros o amigos era una persona muy amable, simpática, alegre y chistosa. Incluso algunos llegaban a admirarse de mis estados de ánimo tan constantemente altos. (Oh Dios, debí haber sido actriz).
Probablemente era para llamar la atención, pero si no le contaba a nadie lo que me estaba pasando entonces el truco no era muy bueno, o quizás sólo buscaba lugares donde mis ideas fuesen representadas, y el estar en un colegio como en el que estaba en esos años ?y estoy actualmente- donde todos son prácticamente iguales gatilla una especie de ansiedad por conocer experiencias o maneras de vida diferentes.
En lo académico todo relativamente normal. Y las cosas de la vida me llevan a encontrar tres personas dentro del curso con las que he compartido la mayor parte del tiempo estos últimos cuatro años.
Con la pau, la caro y la jose hemos vivido, y naturalmente vivimos, la que todos dicen, es la mejor etapa de nuestras vidas.
Y ya en segundo medio las inquietudes etílicas nos llevan a una serie de experiencias que si las llego a detallar en esta obra podría develar muchos secretos que nadie querría saber de las ?hermanas marambio?.
No todo era tan malo. Todavía teníamos patria.
25.8.05
Knowledge VI
Capítulo VI
Todos están locos.
Quinto, sexto, séptimo, y octavo básico, fueron años prácticamente iguales. Monótonos, y particularmente aburridos, por lo que creo y pienso no tienen ninguna importancia en mi vida actual.
Mi única preocupación era ver cuando salía a la venta el último disco de los Backstreet Boys, y pelear con mis compañeras para ver cual de los cinco integrantes era el más guapo.
Época muy pop, muy coreográfica, muy de cánticos y una empedernida pero frustrada coleccionista de álbumes. De esas que gastan todo el dinero habido y por haber en los benditos sobres de láminas, pero que se desmotivan a mitad de camino sin obtener ni siquiera un premio al esfuerzo.
En lo escolar la competencia era por entrar a un grupo y quedarse en él. Ojala éste sumase un número par, para que nadie quedara fuera al momento de juntarse para hacer alguna tarea o trabajo, asunto que podrucía algunos quiebres ya que siempre había alguien que de alguna u otra manera sobraba. Así de cruda era la realidad cuando cada vez se veía más cerca el año 2000. Fecha que para mí, y esto tengo que decirlo aunque me duela, me desilusionó bastante.
Es que si he crecido toda mi vida viendo Los Supersonicos, soñando con las casas flotantes y la tele transportación, esperaba un gran acontecimiento, por lo que me parecía una verdadera aberración entrar al siglo XXI con lo mismo que había visto toda mi vida. Mi nana no era un robot, la gente no tenía turbinas en los zapatos, los autos no se estacionaban en las nubes, etc. Y me preguntaba, si no es ahora, ¿Cuándo? Me era imposible estar viva para el nuevo cambio de milenio y menos de siglo, por lo que podía asegurar que ya no quedaba nada por hacer. No conocía la idea de los avances paulatinos y a largo plazo. Para mí todo tenía una fecha, un plazo. Y eso se asemeja en gran medida a la otra gran desilusión que tuve en mi vida, cuando cumplí diez años.
Y es que cuando era más pequeña, veía a toda la gente tan enorme -sobre a todo a los que superaban los 10- entonces yo, niña ingenua, provinciana, tontita a ratos y algo ?volada? creía que el día de mi cumpleaños iba a crecer una enormidad y, prácticamente, de un día para otro, sería toda una mujer. Es que si vamos a cambiar, cambiemos de verdad.
Recuerdo que fue en esa época cuando comencé a encontrarle el sentido a tanta junta familiar, con los León obviamente. Tenían un humor diferente, tenían historias entretenidas y aunque insistían en molestarme por cualquier actitud mía, creía y creo que son personas a las que vale la pena conocer.
Las vacaciones consistían en ir dos semanas a una parcela que tío Juan -hermano de mi mamá- tiene camino a Santa Juana. Ahí, con los Gajardo León II lo pasábamos de lujo.
La mayoría de mis cumpleaños los celebré allá, junto con mi divertida pero entretenida prima María Ignacia. Invitábamos a todos los primos, y obviamente rodeada de árboles, animales, y una refrescante piscina no se podía pasar mejor.
Lo malo venía cuando le tocaba a mi hermano celebrar el suyo. Él, futbolista de corazón, le regalaban cada 26 de Agosto un balón de fútbol de ensueño, y yo, que algo disfrutaba el balompié, lo bautizaba de una manera muy original: lanzándolo, obviamente sin quererlo, al canal que se encontraba al frente de mi casa. Recuperarlo, imposible. La culpa, hasta el día de hoy.
Es que mi vida ha estado marcada por pequeños errores que yo, dentro de toda mí ingenuidad, nunca he querido provocar. Quizás se debe a la sobreprotección por parte de mi madre, o simplemente tontera innata.
En el colegio me iba relativamente bien, porque hasta esa fecha el no llevar una tarea, un trabajo o no estudiar para una prueba era realmente un acto suicida.
Le tenía mucho miedo a los profesores, y no porque fuesen desagradables o tenebrosos, sino que para mi cumplir y ser responsable era muy importante. Aunque claro, solamente en el colegio era así, en mi casa yo hacía prácticamente lo que quería. Era una niña buena, responsable, casi educada, me llevaba bien con mi madre, y con mi padre y hermano tenía alguna diferencias, pero nada grande. Sin embargo en el colegio el estrés era permanente. Tanto así que a mediados de Séptimo básico mi madre decide llevarme al médico por mis constantes dolores de cabeza. Tenía cefalea tensional, era muy ansiosa, y tenía que calmarme. Me dio unas pastillas que me ayudaron un poco, pero la real cura llega un día de invierno cuando en medio de la celebración del cumpleaños de mi hermano, miro el reloj, veo las 9 de la noche y corro raudamente a mi pieza a acostarme, ya que ese era mi horario de semana escolar. Me encuentro con mi tío y me pregunta porque tanto apuro. Yo le digo, oh mi dio, estoy atrasada tengo que dormir. Entonces él, con una cara de miedo-pena-extrañeza me dice que estoy mal mal muy mal, que soy una niña chica y me preocupo de cosas sin importancia; que realmente la básica no importa y que si no llevo una tarea no es el fin del mundo, que si la profesora o profesor me retan no importa porque más que eso no me pueden hacer. Y claro, desde aquel día no he vuelto a hacer una tarea. Esos si que son consejos.
Esta fue, quizás, la época apoteósica de los juegos en solitario, aunque claro, una que otra salida en bicicleta con mi amiga personal Jose a quien conocí en su primer día de clases, cuando a mitad de semestre llega desde los suburbios Asuncionisticos y se sienta conmigo en el bus a eso de las 7 de la mañana, pese a este importante acontecimiento que creo nunca olvidaré, debo confesar que no existía para mi un mejor pasatiempo para esas tardes de invierno de Domingo que cantar canciones de El Símbolo con algún atuendo extraño, micrófonos hechos de cables eléctricos y la incondicional compañía de mi prima/amiga mencionada en capítulos anteriores, María Ignacia. Eran nuestros quince minutos de fama, pero en el más absoluto anonimáto.
Siempre me había gustado eso de ser famosa y tener admiradores. Aparecer en los medios de comunicación y ser completamente lúdica. Vestigio de eso es la radio que mi hermano y yo creamos uno de esos años, Brothers Company se llamaba, y era un magazín informativo. Yo programa la música, leía noticias de espectáculo y él encargado de la sección deportes. Pasábamos tardes enteras grabando el programa, y siempre terminábamos peleando por alguna estupidez. Otras veces yo jugaba sola, me entrevistaba a mi misma, y cantaba en vivo. Todo mientras mi madre dormía. Y el estudio o tareas ya habían quedado en el pasado.
Las amistades las encontraba en el colegio, único lugar donde podía compartir con gente de mi edad pero que no fuese familiar mí, y es que la vida de barrio se había quedado en Tocopilla.
Recuerdo que entre los grupos que se formaban en el curso yo siempre estaba como al filo de la cornisa, es decir, entre que me echaban o me iba sola. Sin embargo nunca tuve alguna pelea fuerte con alguien porque tampoco eran temas que me interesaban. Para mí las cosas que hacían o que decían me eran indiferentes. No solía, y tampoco me gustaba, juntarme con ellos los fines de semana o en días de no-colegio, porque para mi esos días de descanso tenían que ser de descanso total, y, debo confesarlo, me estresa estar con más gente, aunque estos sean de mi confianza. Quizás ahora ya más grande necesito estar con mis amigos para entretenerme, pero en esos días, sola lo pasaba mucho mejor.
Nadie me mandaba, nadie me gritaba, el juego lo inventaba y lo jugaba yo. Quizás fobia social, quizás Neo-autismo, pero mi mejor compañía era yo misma.
Probablemente uno siempre es así cuando chico y no se da cuenta. Porque es al momento de crecer cuando ya se depende de los lazos de amistad o fraternidad con personas que en un principio eran desconocidos.
Quinto, sexto, séptimo, y octavo básico, fueron años prácticamente iguales. Monótonos, y particularmente aburridos, por lo que creo y pienso no tienen ninguna importancia en mi vida actual.
Mi única preocupación era ver cuando salía a la venta el último disco de los Backstreet Boys, y pelear con mis compañeras para ver cual de los cinco integrantes era el más guapo.
Época muy pop, muy coreográfica, muy de cánticos y una empedernida pero frustrada coleccionista de álbumes. De esas que gastan todo el dinero habido y por haber en los benditos sobres de láminas, pero que se desmotivan a mitad de camino sin obtener ni siquiera un premio al esfuerzo.
En lo escolar la competencia era por entrar a un grupo y quedarse en él. Ojala éste sumase un número par, para que nadie quedara fuera al momento de juntarse para hacer alguna tarea o trabajo, asunto que podrucía algunos quiebres ya que siempre había alguien que de alguna u otra manera sobraba. Así de cruda era la realidad cuando cada vez se veía más cerca el año 2000. Fecha que para mí, y esto tengo que decirlo aunque me duela, me desilusionó bastante.
Es que si he crecido toda mi vida viendo Los Supersonicos, soñando con las casas flotantes y la tele transportación, esperaba un gran acontecimiento, por lo que me parecía una verdadera aberración entrar al siglo XXI con lo mismo que había visto toda mi vida. Mi nana no era un robot, la gente no tenía turbinas en los zapatos, los autos no se estacionaban en las nubes, etc. Y me preguntaba, si no es ahora, ¿Cuándo? Me era imposible estar viva para el nuevo cambio de milenio y menos de siglo, por lo que podía asegurar que ya no quedaba nada por hacer. No conocía la idea de los avances paulatinos y a largo plazo. Para mí todo tenía una fecha, un plazo. Y eso se asemeja en gran medida a la otra gran desilusión que tuve en mi vida, cuando cumplí diez años.
Y es que cuando era más pequeña, veía a toda la gente tan enorme -sobre a todo a los que superaban los 10- entonces yo, niña ingenua, provinciana, tontita a ratos y algo ?volada? creía que el día de mi cumpleaños iba a crecer una enormidad y, prácticamente, de un día para otro, sería toda una mujer. Es que si vamos a cambiar, cambiemos de verdad.
Recuerdo que fue en esa época cuando comencé a encontrarle el sentido a tanta junta familiar, con los León obviamente. Tenían un humor diferente, tenían historias entretenidas y aunque insistían en molestarme por cualquier actitud mía, creía y creo que son personas a las que vale la pena conocer.
Las vacaciones consistían en ir dos semanas a una parcela que tío Juan -hermano de mi mamá- tiene camino a Santa Juana. Ahí, con los Gajardo León II lo pasábamos de lujo.
La mayoría de mis cumpleaños los celebré allá, junto con mi divertida pero entretenida prima María Ignacia. Invitábamos a todos los primos, y obviamente rodeada de árboles, animales, y una refrescante piscina no se podía pasar mejor.
Lo malo venía cuando le tocaba a mi hermano celebrar el suyo. Él, futbolista de corazón, le regalaban cada 26 de Agosto un balón de fútbol de ensueño, y yo, que algo disfrutaba el balompié, lo bautizaba de una manera muy original: lanzándolo, obviamente sin quererlo, al canal que se encontraba al frente de mi casa. Recuperarlo, imposible. La culpa, hasta el día de hoy.
Es que mi vida ha estado marcada por pequeños errores que yo, dentro de toda mí ingenuidad, nunca he querido provocar. Quizás se debe a la sobreprotección por parte de mi madre, o simplemente tontera innata.
En el colegio me iba relativamente bien, porque hasta esa fecha el no llevar una tarea, un trabajo o no estudiar para una prueba era realmente un acto suicida.
Le tenía mucho miedo a los profesores, y no porque fuesen desagradables o tenebrosos, sino que para mi cumplir y ser responsable era muy importante. Aunque claro, solamente en el colegio era así, en mi casa yo hacía prácticamente lo que quería. Era una niña buena, responsable, casi educada, me llevaba bien con mi madre, y con mi padre y hermano tenía alguna diferencias, pero nada grande. Sin embargo en el colegio el estrés era permanente. Tanto así que a mediados de Séptimo básico mi madre decide llevarme al médico por mis constantes dolores de cabeza. Tenía cefalea tensional, era muy ansiosa, y tenía que calmarme. Me dio unas pastillas que me ayudaron un poco, pero la real cura llega un día de invierno cuando en medio de la celebración del cumpleaños de mi hermano, miro el reloj, veo las 9 de la noche y corro raudamente a mi pieza a acostarme, ya que ese era mi horario de semana escolar. Me encuentro con mi tío y me pregunta porque tanto apuro. Yo le digo, oh mi dio, estoy atrasada tengo que dormir. Entonces él, con una cara de miedo-pena-extrañeza me dice que estoy mal mal muy mal, que soy una niña chica y me preocupo de cosas sin importancia; que realmente la básica no importa y que si no llevo una tarea no es el fin del mundo, que si la profesora o profesor me retan no importa porque más que eso no me pueden hacer. Y claro, desde aquel día no he vuelto a hacer una tarea. Esos si que son consejos.
Esta fue, quizás, la época apoteósica de los juegos en solitario, aunque claro, una que otra salida en bicicleta con mi amiga personal Jose a quien conocí en su primer día de clases, cuando a mitad de semestre llega desde los suburbios Asuncionisticos y se sienta conmigo en el bus a eso de las 7 de la mañana, pese a este importante acontecimiento que creo nunca olvidaré, debo confesar que no existía para mi un mejor pasatiempo para esas tardes de invierno de Domingo que cantar canciones de El Símbolo con algún atuendo extraño, micrófonos hechos de cables eléctricos y la incondicional compañía de mi prima/amiga mencionada en capítulos anteriores, María Ignacia. Eran nuestros quince minutos de fama, pero en el más absoluto anonimáto.
Siempre me había gustado eso de ser famosa y tener admiradores. Aparecer en los medios de comunicación y ser completamente lúdica. Vestigio de eso es la radio que mi hermano y yo creamos uno de esos años, Brothers Company se llamaba, y era un magazín informativo. Yo programa la música, leía noticias de espectáculo y él encargado de la sección deportes. Pasábamos tardes enteras grabando el programa, y siempre terminábamos peleando por alguna estupidez. Otras veces yo jugaba sola, me entrevistaba a mi misma, y cantaba en vivo. Todo mientras mi madre dormía. Y el estudio o tareas ya habían quedado en el pasado.
Las amistades las encontraba en el colegio, único lugar donde podía compartir con gente de mi edad pero que no fuese familiar mí, y es que la vida de barrio se había quedado en Tocopilla.
Recuerdo que entre los grupos que se formaban en el curso yo siempre estaba como al filo de la cornisa, es decir, entre que me echaban o me iba sola. Sin embargo nunca tuve alguna pelea fuerte con alguien porque tampoco eran temas que me interesaban. Para mí las cosas que hacían o que decían me eran indiferentes. No solía, y tampoco me gustaba, juntarme con ellos los fines de semana o en días de no-colegio, porque para mi esos días de descanso tenían que ser de descanso total, y, debo confesarlo, me estresa estar con más gente, aunque estos sean de mi confianza. Quizás ahora ya más grande necesito estar con mis amigos para entretenerme, pero en esos días, sola lo pasaba mucho mejor.
Nadie me mandaba, nadie me gritaba, el juego lo inventaba y lo jugaba yo. Quizás fobia social, quizás Neo-autismo, pero mi mejor compañía era yo misma.
Probablemente uno siempre es así cuando chico y no se da cuenta. Porque es al momento de crecer cuando ya se depende de los lazos de amistad o fraternidad con personas que en un principio eran desconocidos.
23.8.05
Knowledge V
Capítulo V
Siervo sin tierra
Casa nueva, colegio nuevo, ciudad nueva. Era casi como comenzar de cero.
Mi papá seguía trabajando en Tocopilla, y nos contaba como seguía la vida allá. Realmente no me acuerdo si me daban o no ganas de volver, pero si que encontraba a ratos increíblemente aburrida la vida acá. Por lo mismo nunca dejé de inventar juegos. Como secretaria, doctor, taxista, peluquera, manager, cantante etc. No entendía como mi hermano o mi mamá perdían tanto tiempo de sus vidas durmiendo, cuando con sólo un poco de imaginación podían pasar tardes enteras de diversión asegurada.
Con una bicicleta de los Power Rangers, que me regalaron para una Navidad en Tocopilla, salía a recorrer las calles del barrio ?que en mi opinión era lo mejor de Talcahuano-. La mayoría eran pavimentadas, por ende, la bicicleta andaba como avión.
En cuanto a lo escolar, llegar como alumna nueva al colegio fue quizás lo más difícil. No porque pensara que me iba a ir mal ya que venía de una escuela pública en una ciudad que no aparece en el mapa, sino que me costaba relacionarme con gente desconocida. Era más bien tímida y por la experiencia que me había tocado vivir en el Villa Independencia tenia la impresión que acá la gente era fría, fome, y seria.
Por suerte me equivoqué, y pese a perderme en el patio el primer día de clases, fui amiga de una niña que también era nueva y a los dos días ya era parte del grupo que jugaba en el monte a lo lejos.
No obstante, las cosas no se dieron tan fácil. La peor parte fue viajar en los buses del colegio. Durante todo el primer mes, mi madre, mujer de buen corazón y comprensiva, me acompañó en las mañanas de ida, y en la tarde de regreso. Es que yo no sabía como saber donde estaba mi casa, nunca había andado en micro, y había tantas personas en el bus que pensaba podía pasar lo peor. Hasta que un día tuve que cortar alas, armarme de valor, y viajar sola. Lamentablemente pasó lo que tenía que pasar. Al chofer se le ocurre la brillante idea de hacer un cambio en el recorrido, cuando ya no queda nadie en el bus me pregunta donde me bajo, yo, obviamente, no tenía idea.
Situaciones como esa se repitieron en innumerables ocasiones, pero que podía hacer, la vida se empeñaba en darme la espalda nuevamente.
Cuarto básico fue la etapa de prueba, y paradójicamente el peor año en lo que a condiciones climáticas se refiere.
Nuestra casa estaba ubicada frente a una especie de río, científicamente conocido como canal. Éste, como me han explicado, viene del río Bío-Bío y desemboca en el mar. Obviamente, y por un asunto natural, cuando sube la marea a causa del mal tiempo, sube también el caudal del canal en cuestión. Asunto que para mí era absolutamente fatal.
Me habían contado varias veces en el colegio que hace algunos años, y a causa de una fuerte lluvia, aquel canal se había desbordado y todas las casas que estaban alrededor-como la mía- se habían inundado completamente.
Y claro, era 1997, el año del invierno más crudo, y lo peor tenía que pasar.
Es casi inexplicable el sufrimiento que me causaba ver la lluvia caer tan fuerte, escuchar los truenos y pensar que nunca iba a terminar. Lloraba desconsoladamente y nadie parecía entenderme. Es que no era solamente el hecho de no saber lo que era la lluvia, o no acordarme, sino que simplemente mirar que algunos árboles se caían y que algo le podía pasar a mi madre que volvía de noche de su trabajo. Pensar que a causa de la lluvia podría quedar sin mamá y hermano y que si el canal se desbordaba también quedaría sin casa.
Todos se reían de mí, pero importaba. Era yo contra la lluvia. Hasta que un día mi papá me lleva ? engañada obviamente- al lugar donde termina el canal, y me explica que es imposible que se desborde teniendo todo ese espacio para desembocar. Me comentaba también que la lluvia es normal, que la gente acá está acostumbrada y que es completamente normal.
Y con eso bastó para tranquilizarme y no preocuparme por un fenómeno completamente natural. El mundo no se estaba acabando, de eso podía estar segura.
Casa nueva, colegio nuevo, ciudad nueva. Era casi como comenzar de cero.
Mi papá seguía trabajando en Tocopilla, y nos contaba como seguía la vida allá. Realmente no me acuerdo si me daban o no ganas de volver, pero si que encontraba a ratos increíblemente aburrida la vida acá. Por lo mismo nunca dejé de inventar juegos. Como secretaria, doctor, taxista, peluquera, manager, cantante etc. No entendía como mi hermano o mi mamá perdían tanto tiempo de sus vidas durmiendo, cuando con sólo un poco de imaginación podían pasar tardes enteras de diversión asegurada.
Con una bicicleta de los Power Rangers, que me regalaron para una Navidad en Tocopilla, salía a recorrer las calles del barrio ?que en mi opinión era lo mejor de Talcahuano-. La mayoría eran pavimentadas, por ende, la bicicleta andaba como avión.
En cuanto a lo escolar, llegar como alumna nueva al colegio fue quizás lo más difícil. No porque pensara que me iba a ir mal ya que venía de una escuela pública en una ciudad que no aparece en el mapa, sino que me costaba relacionarme con gente desconocida. Era más bien tímida y por la experiencia que me había tocado vivir en el Villa Independencia tenia la impresión que acá la gente era fría, fome, y seria.
Por suerte me equivoqué, y pese a perderme en el patio el primer día de clases, fui amiga de una niña que también era nueva y a los dos días ya era parte del grupo que jugaba en el monte a lo lejos.
No obstante, las cosas no se dieron tan fácil. La peor parte fue viajar en los buses del colegio. Durante todo el primer mes, mi madre, mujer de buen corazón y comprensiva, me acompañó en las mañanas de ida, y en la tarde de regreso. Es que yo no sabía como saber donde estaba mi casa, nunca había andado en micro, y había tantas personas en el bus que pensaba podía pasar lo peor. Hasta que un día tuve que cortar alas, armarme de valor, y viajar sola. Lamentablemente pasó lo que tenía que pasar. Al chofer se le ocurre la brillante idea de hacer un cambio en el recorrido, cuando ya no queda nadie en el bus me pregunta donde me bajo, yo, obviamente, no tenía idea.
Situaciones como esa se repitieron en innumerables ocasiones, pero que podía hacer, la vida se empeñaba en darme la espalda nuevamente.
Cuarto básico fue la etapa de prueba, y paradójicamente el peor año en lo que a condiciones climáticas se refiere.
Nuestra casa estaba ubicada frente a una especie de río, científicamente conocido como canal. Éste, como me han explicado, viene del río Bío-Bío y desemboca en el mar. Obviamente, y por un asunto natural, cuando sube la marea a causa del mal tiempo, sube también el caudal del canal en cuestión. Asunto que para mí era absolutamente fatal.
Me habían contado varias veces en el colegio que hace algunos años, y a causa de una fuerte lluvia, aquel canal se había desbordado y todas las casas que estaban alrededor-como la mía- se habían inundado completamente.
Y claro, era 1997, el año del invierno más crudo, y lo peor tenía que pasar.
Es casi inexplicable el sufrimiento que me causaba ver la lluvia caer tan fuerte, escuchar los truenos y pensar que nunca iba a terminar. Lloraba desconsoladamente y nadie parecía entenderme. Es que no era solamente el hecho de no saber lo que era la lluvia, o no acordarme, sino que simplemente mirar que algunos árboles se caían y que algo le podía pasar a mi madre que volvía de noche de su trabajo. Pensar que a causa de la lluvia podría quedar sin mamá y hermano y que si el canal se desbordaba también quedaría sin casa.
Todos se reían de mí, pero importaba. Era yo contra la lluvia. Hasta que un día mi papá me lleva ? engañada obviamente- al lugar donde termina el canal, y me explica que es imposible que se desborde teniendo todo ese espacio para desembocar. Me comentaba también que la lluvia es normal, que la gente acá está acostumbrada y que es completamente normal.
Y con eso bastó para tranquilizarme y no preocuparme por un fenómeno completamente natural. El mundo no se estaba acabando, de eso podía estar segura.
17.8.05
Knowledge IV
Capítulo IV
Mirando de lado.
- De vuelta en la ciudad de los días nublados, los sweaters y pantalones de cotelé, nos vimos obligados a vivir los primeros meses en casa de los Gajardo León II.
Mi padre desde Tocopilla había comprado una casa, y la había arrendado a otra gente para que ésta no quedara en malas condiciones para cuando nosotros volviésemos. Así que mientras eso sucedía yo era matriculada en el Colegio Villa Independencia, ya que fue el único que aceptó a una Tocopillana dos meses antes de terminar el año escolar.
Mi presencia en ese colegio nunca le gustó a nadie, menos a mí. Llegué con unas notas que nadie lo podía creer, y es que tener promedio general 6.9 en Tercero Básico era para ellos una utopía. Fue ahí donde me saqué mis primeros 5.8 o 5.5, notas que para mí eran una verdadera humillación. Finalmente termino el año sacando el primer lugar del curso (gracias a todo lo obtenido en mi querida F-6) y de paso le quito el premio a una compañera cuyo padre le había prometido un computador personal si obtenía mi lugar. Lamentablemente Tocopilla le ganó a Talcahuano.
Viviendo en comunidad nuevamente con mis primos y tíos, estos me enseñan algunos modales que había perdido en mis andanzas por el norte.
Recuerdo, por ejemplo, que durante varios días me obligaban a repetir la palabra chancho, que aparentemente yo pronunciaba shansho. Para mi no existía diferencia alguna, es más, encontraba curioso que se rieran cuando yo decía chauchera o Chile. Por otra parte me molestaban por mi vestimenta. Es que claro, yo no soltaba el buzo ni la zapatilla porque en Tocopilla no se podía jugar con falda, y realmente no importaba si la ropa era linda o fea, tenía que ser resistente a los porrazos y listo. Sin embargo, acá en la ciudad, todo parecía ser distinto.
Me costaba acostumbrarme, era aburrido ver televisión todo el día, y el estar obligada a estudiar para el colegio era algo casi insoportable.
Además era raro, o más bien incómodo, tener tantos familiares y gente que me decía que me conocía desde chica y yo creía nunca haber visto en mi vida.
Comidas y juntas con personas que para mí eran absolutos extraños, pero que estaba obligada a ir porque como mi madre decía: son tus tíos, ¡como no los vas a conocer!
Poco a poco me fui integrando, hasta que comencé a tener confianza con varios de los hermanos de mi mamá. Tanta confianza que para una Navidad, tía Maigo me regala un vestido, yo sinceramente le digo que no me gusta para nada, que es horrible y que nunca me lo voy a poner. Todos se alarmaron y empezaron a comentar lo maleducada que era al responderle de esa forma y delante de todos. Lamentablemente esa noche no pude comer de los chocolates que le repartieron a todos los niños, y ese vestido no lo he vuelto a ver.
Al parecer había aprendido toda la ciencia de la ch y el acento nortino se me estaba quitando, sin embargo, en lo que a ropa y estilo se refiere, estaba a años luz de mis primas o compañeras.
Odiaba como se vestían, como se pintaban, como comentaban la manera de vestir de la otra, y simplemente que se preocuparan tanto de eso.
Pero mi madre en un intento de iniciarme en el mundo de la moda, insiste en ofrecerme todo el dinero del mundo para gastarlo en cualquier tipo de prenda, y es en esta parte de mi vida donde aparece la cruda y horrible imagen de la vendedora. Es que para ella no existe otra manera de comprar que no sea con la amable ayudante a su lado, pero para mí no hay nada más asfixiante que su sola presencia. Y es que siempre me ha costado decir que no, especialmente a un extraño a quien la negación a una venta le cuesta su sueldo. Por lo que tuve que fingir que todo me encantaba, que era bello y hermoso, y obviamente al llegar a mi casa revelaría mi verdadera opinión
En ese entonces debía haber sido un gran problema para mi madre, ya que todas mis primas eran unas barbies de tomo y lomo y yo, fan número uno del Coca Mendoza desentonaba un poco.
Aún así era bien recibida, y mantenía muy buenas relaciones con todas. Sin embargo insistía en los juegos autistas. Ellas tenían clases por la mañana, y yo en la tarde. Así que despertaba temprano, e iba a jugar al patio.
Demoré casi un mes en armar un auto. Sí, un auto. Con intermitente, patente, limpia brisas, volante, etc. Al parecer tenía una pequeña fijación con lo que era ser taxista, porque disfrutaba imitando el recibir gente y que me pagaran por llevarlas a algún lado.
Finalmente en el verano del 97? nos cambiamos a nuestra casa, me matriculan en el Colegio Arturo Prat, y lo de Talcahuano parece ser definitivo.
- De vuelta en la ciudad de los días nublados, los sweaters y pantalones de cotelé, nos vimos obligados a vivir los primeros meses en casa de los Gajardo León II.
Mi padre desde Tocopilla había comprado una casa, y la había arrendado a otra gente para que ésta no quedara en malas condiciones para cuando nosotros volviésemos. Así que mientras eso sucedía yo era matriculada en el Colegio Villa Independencia, ya que fue el único que aceptó a una Tocopillana dos meses antes de terminar el año escolar.
Mi presencia en ese colegio nunca le gustó a nadie, menos a mí. Llegué con unas notas que nadie lo podía creer, y es que tener promedio general 6.9 en Tercero Básico era para ellos una utopía. Fue ahí donde me saqué mis primeros 5.8 o 5.5, notas que para mí eran una verdadera humillación. Finalmente termino el año sacando el primer lugar del curso (gracias a todo lo obtenido en mi querida F-6) y de paso le quito el premio a una compañera cuyo padre le había prometido un computador personal si obtenía mi lugar. Lamentablemente Tocopilla le ganó a Talcahuano.
Viviendo en comunidad nuevamente con mis primos y tíos, estos me enseñan algunos modales que había perdido en mis andanzas por el norte.
Recuerdo, por ejemplo, que durante varios días me obligaban a repetir la palabra chancho, que aparentemente yo pronunciaba shansho. Para mi no existía diferencia alguna, es más, encontraba curioso que se rieran cuando yo decía chauchera o Chile. Por otra parte me molestaban por mi vestimenta. Es que claro, yo no soltaba el buzo ni la zapatilla porque en Tocopilla no se podía jugar con falda, y realmente no importaba si la ropa era linda o fea, tenía que ser resistente a los porrazos y listo. Sin embargo, acá en la ciudad, todo parecía ser distinto.
Me costaba acostumbrarme, era aburrido ver televisión todo el día, y el estar obligada a estudiar para el colegio era algo casi insoportable.
Además era raro, o más bien incómodo, tener tantos familiares y gente que me decía que me conocía desde chica y yo creía nunca haber visto en mi vida.
Comidas y juntas con personas que para mí eran absolutos extraños, pero que estaba obligada a ir porque como mi madre decía: son tus tíos, ¡como no los vas a conocer!
Poco a poco me fui integrando, hasta que comencé a tener confianza con varios de los hermanos de mi mamá. Tanta confianza que para una Navidad, tía Maigo me regala un vestido, yo sinceramente le digo que no me gusta para nada, que es horrible y que nunca me lo voy a poner. Todos se alarmaron y empezaron a comentar lo maleducada que era al responderle de esa forma y delante de todos. Lamentablemente esa noche no pude comer de los chocolates que le repartieron a todos los niños, y ese vestido no lo he vuelto a ver.
Al parecer había aprendido toda la ciencia de la ch y el acento nortino se me estaba quitando, sin embargo, en lo que a ropa y estilo se refiere, estaba a años luz de mis primas o compañeras.
Odiaba como se vestían, como se pintaban, como comentaban la manera de vestir de la otra, y simplemente que se preocuparan tanto de eso.
Pero mi madre en un intento de iniciarme en el mundo de la moda, insiste en ofrecerme todo el dinero del mundo para gastarlo en cualquier tipo de prenda, y es en esta parte de mi vida donde aparece la cruda y horrible imagen de la vendedora. Es que para ella no existe otra manera de comprar que no sea con la amable ayudante a su lado, pero para mí no hay nada más asfixiante que su sola presencia. Y es que siempre me ha costado decir que no, especialmente a un extraño a quien la negación a una venta le cuesta su sueldo. Por lo que tuve que fingir que todo me encantaba, que era bello y hermoso, y obviamente al llegar a mi casa revelaría mi verdadera opinión
En ese entonces debía haber sido un gran problema para mi madre, ya que todas mis primas eran unas barbies de tomo y lomo y yo, fan número uno del Coca Mendoza desentonaba un poco.
Aún así era bien recibida, y mantenía muy buenas relaciones con todas. Sin embargo insistía en los juegos autistas. Ellas tenían clases por la mañana, y yo en la tarde. Así que despertaba temprano, e iba a jugar al patio.
Demoré casi un mes en armar un auto. Sí, un auto. Con intermitente, patente, limpia brisas, volante, etc. Al parecer tenía una pequeña fijación con lo que era ser taxista, porque disfrutaba imitando el recibir gente y que me pagaran por llevarlas a algún lado.
Finalmente en el verano del 97? nos cambiamos a nuestra casa, me matriculan en el Colegio Arturo Prat, y lo de Talcahuano parece ser definitivo.